El valor escondido

Francisco Sinning, es el nombre de un chico de 16 años que vive una vida normal, acompañado de su familia y amigos, quienes lo conocen muy bien y saben que detesta meterse en problemas, siempre prefirió encontrarse a salvo rodeado de quienes le dan paz y seguridad.

El 22 de mayo de 1960 era un día feriado en Valdivia, las cosas parecían transcurrir con total normalidad, las personas realizando sus actividades diarias, el paisaje de la ciudad era relajante y todos se encontraban en una aparente tranquilidad cotidiana. Francisco, su hermano y sus primos se encontraban solos en su hogar ya que sus padres se encontraban en Santiago, de manera que aprovecharon para salir un rato y distraerse.

Francisco estaba en una sala de cine con algunos de sus amigos y mientras disfrutaban de una película, empezó a ocurrir un desastre que no solo quedaría en su memoria como un amargo recuerdo, sino que quedaría registrado como uno de los peores terremotos en la historia de Chile.

Las portadas de La Nacion y El Mercurio sobre el terremoto de 1960

Un ruido subterráneo irrumpió la vida de los residentes y la pesadilla empezó para todos. Al estar disfrutando de la función, Francisco se percató del movimiento de las paredes y butacas, algo que llamó mucho su atención y lo puso en alerta, en ese momento, se dispuso a salir rápido de las instalaciones para evitar cualquier tragedia. El camino hacia la salida parecía interminable, no hallaba fin al sendero, sin embargo, pronto se encontró fuera del cine con el alivio de estar sano y salvo, alivio que duraría unos cuantos segundos porque pronto se dio cuenta de la situación que estaba viviendo. Camino a casa veía el paisaje en ruinas, apreciaba las calles por donde solía pasear y le costaba trabajo reconocerlas, veía como cada edificación se desplomaba y él no dejaba de pensar en sus padres que se encontraban en Santiago, lejos  de él y sin ninguna oportunidad de contactarse para segurarse su bienestar.

Al momento de seguir con su camino, recordaba aquella película que minutos atrás estaba viendo y así pudo entender la frase “la realidad supera a la ficción”, pues para él fue impresionante y aterrador ver como el suelo se abría producto del potente terremoto que azotó contra Valdivia. También se daba cuenta de aquellas personas que necesitaban ayuda, las cuales eran numerosas, sin embargo, él solo tenía fuerzas para correr, tenía tanto pánico que no se atrevía a prestar su ayuda y no quería ponerse en peligro, solo quería encontrarse con los suyos.

“Este fatídico suceso me permitió encontrarme a mí mismo, logré dejar de lado ese miedo que al inicio me paralizó, que siempre me frenó y evitó que llegué a ser lo que quisiera ser. Decidí ayudar a quienes lo necesitaran y fue la mejor decisión que tomé”

Al llegar a su hogar, Francisco estaba un poco más tranquilo, aunque no dejaba de temblar, cuando su mente se encontró más serena pudo recordar con total claridad aquellos rostros que de manera desesperada pedían auxilio, podía recordar que no pudo ser capaz de ayudarlos y eso lo llegó a atormentar hasta más no poder. Sin embargo, a pesar de lo sucedido, él no apreció el problema real hasta que supo sobre el maremoto y se enteró de las innumerables vidas que cobró el desastre, llegó a enterarse de la lamentable realidad por la que vivían muchos de sus compatriotas y sintió su dolor como si fuera el propio.

“Después del terremoto, para mí dormir se volvió imposible. Cerrar los ojos era apreciar las paredes, techos y diferentes calles moviéndose, era ver el mar saliendo de la costa para invadir nuestra tranquilidad. Era volver a vivir aquello que marcó para siempre mi memoria. Me resultó imposible recuperar la calma por el temor a lo que podía suceder”

Las calles de Valdivia después del fatídico suceso

Fue en ese momento en el que se llegó a preocupar por ir a ver a unos tíos y primos pequeños, quería saber de su estado y asegurarse de su bienestar, quería saber si el terremoto no había cobrado unas vidas más, unas vidas que para él serían irremplazables. Se encontraba con sus primos y con su hermano afrontando la situación y con la esperanza que pronto llegaran sus padres a cuidar de ellos, sin embargo, Francisco entendió que ahora solo dependía de ellos su bienestar, era momento de dejar de esperar que alguien lo rescatara y de salir solo del hoyo, y es que cuando no te queda más opción que escalar, lo debes hacer a la fuerza.

Entonces, alistó sus cosas y provisiones y se dispuso a salir en busca de sus tíos, fue en aquella travesía que también pudo ver cómo las personas más humildes necesitaban de ayuda urgente, se dio cuenta de la escasez de alimentos y del sufrimiento de aquellas personas que no fueron tan afortunadas como otras y agradecía cada segundo el contar con el apoyo para poder sobrellevar de manera decente la situación. Sin embargo, cuando veía a aquellas desdichadas personas, también recordaba cuando no pudo ser capaz de prestar ayuda ya que el miedo lo tenía paralizado, aquel miedo que a lo largo de su vida siempre lo contuvo, siempre lo frenó y siempre evitó que llegue a ser lo que quisiera.

En este momento de encuentro consigo mismo, tomó una decisión que cambiaría su vida. Se dispuso a ayudar a quienes lo necesitaban, dando los alimentos necesarios y apoyando en el cuidado de unos cuantos, cargó a quien lo necesitaba, alimentó a quien lo necesitaba y abrigó a quien lo necesitaba. Se hizo cargo por un breve momento de un pequeño sector y entendió el gran significado de lo que estaba haciendo, pese a haber sacrificado su alimento, no vaciló en ningún momento. La misión que tenía era clara, deseaba ayudar y nadie lo iba a parar.

Finalmente, luego de tan ardua aventura, se dispuso a seguir con su camino, después de la gratitud que las personas le mostraron, emprendió su viaje hacia la casa de sus tíos, aún con el temor de no encontrarlos bien, pero con la esperanza de tenerlos aún con vida. En unos momentos, se encontró fuera de la casa, no podía creerlo, sus familiares se encontraban bien, aunque con algo de miedo, pero sanos y salvos. Francisco se sintió muy aliviado y les preguntó si les faltaba algo, además, los invitó a estar en su casa para que todos se encontraran unidos ante el problema.

Al regresar a su hogar, su hermano y sus primos lo reciben con alegría y asombro por haber llegado con sus tíos y con los primos más pequeños, ahora todos estaban calmados y con todo lo necesario para sobrellevar el problema. Sin embargo, la alegría más grande la tuvo Francisco, su hermano y sus primos, cuando una mañana escucharon unas voces familiares que los llamaban desde el horizonte. Eran sus padres, quienes con lágrimas en los ojos y con los brazos abiertos recibieron a sus hijos.

Fue en ese momento en el que Francisco se sintió en calma, sin embargo, esta calma era producto de la seguridad de sus familiares, mas no por su propia seguridad. Después de todo lo vivido, llegó a entender que también dependía de él el cuidado de los demás y que no podía depender siempre de los demás para encontrar su bienestar y seguridad.

“Este fatídico suceso me permitió encontrarme a mí mismo, logré dejar de lado ese miedo que al inicio me paralizó, que siempre me frenó y evitó que llegué a ser lo que quisiera ser. Decidí ayudar a quienes lo necesitaran y fue la mejor decisión que tomé”

Hoy en día, Francisco recuerda ese amargo episodio de manera vaga, pero aún quedan marcados aquellos sucesos sobre las calles de la ciudad en que se crió y sobre el temor impregnado en las miradas de las personas.

“Estoy seguro y me atrevo a decir que el temor que se siente en cualquier sismo es insignificante, ya que en mí siempre estará el día en que casi pierdo la vida, pero no fue así”